Autor: Juan Salvador Trupia y Rodríguez
Ganador del II Concurso de Cuentos Navideños “Ramiro Boto”
Cuando Marcelino nació un 14 de agosto de 1914, se hablaba de una Gran Guerra… Lo cierto es que en aquella pequeña aldea asturiana, de esa guerra solo se sabía lo que María contaba. Cada domingo reunía sus pocos vecinos debajo del Hórreo de su casa y les leía las noticias de la semana anterior. Podía hacerlo porque su generosa señora, para la que trabajaba en una lujosa casa de Oviedo, le permitía llevarse los periódicos viejos para “mantener informadas de las desgracias del mundo a esas pobres gentes”. Además María era la única que sabía leer y por tanto se sentía responsable de contarles de aquellas cosas a sus vecinos.
Cuatro años después, el día que Marcelino cumplía 4 años , el ritual seguía repitiéndose y como cada vez , Don Celestino, su suegro se marchaba diciendo “murióseme un hijo, no quiero escuchar nada de eso, ni como mueren los hijos de otros…” Dicho esto, marchaba a sentarse en un viejo tronco y dejaba que su mirada se perdiese en el Prau muertu… Lo miraba en silencio y con una mirada llena de paz.
El Prado Muerto era conocido por todos y hasta algún temerario peregrino de Santiago se sentía tentado de pasar y verlo. Su nombre no podía ser más acertado. Era un trozo de tierra seco y polvoriento, sin el más mínimo atisbo de vida; allí estaba en medio de aquel verde infinito, puesto como un muerto en medio de una fiesta. Nadie sabía por qué ese prado era así, pero allí podía verse con toda su irrefutable verdad.. ni una pizca de hierba crecía en él, nadie se atrevía a pisarlo porque decían que quien pisara esa tierra maldita moriría al instante. Por extraño que fuera, los animales que pastaban por allí lo rodeaban sin pisar nunca dentro de su espectral terreno. Pero como si fuera poco, en medio de aquel lugar se levantaba del suelo un manzano, pero no era un manzano cualquiera. Su tronco inclinado de lado, parecía estar calcinado, sus ramas delgadas parecían las garras de un misterioso y tétrico animal, sin embargo aquel manzano cada año a finales de septiembre daba una mazana, solo una, aparecía de pronto una mañana y sin una hoja que pidiera atestiguar que el manzano vivía, allí pendía la mazana más perfecta que pudiera imaginarse. Nadie la cogía por supuesto… días después caía al suelo y al apenas tocar la tierra se pudría de manera horrorosa.
Marcelino se acercó a su abuelo y le preguntó: “Güelin, ¿por qué ta asina esti prau?”, Don Celestino sonrío y lo cogió dulcemente sentándolo sobre sus rodillas.
-Cuenta la leyenda que este fue el prado más verde y el manzano mas maravilloso de Asturias, que una sola manzana podía valer para llenar mil botellas de sidra. Junto al manzano vivía una Xana rubia, de ojos color cielo y de gran bondad. Cuentan que un viajero pasó por allí y le pidió de beber y descansar a la sombra del manzano, ella se lo concedió a cambio de que le contara una historia. El viajero le contó sus aventuras por horas… La xana enamoróse perdidamente del viajero y le pidió que la llevara con ella. El viajero le dijo que
volvería a buscarla un año después si le daba unas semillas de aquel manzano para hacer la mejor de las sidras y con una fortuna pudiera buscarla y hacerla su esposa. La xana le dio las semillas y lo esperó… pasado un año, volvió, pero para decirle que jamás se casaría con un espectro del bosque, que su mujer era una condesa y que su sidra se bebía en toda España como la mejor que se hubiera conocido. Le dio las gracias y le tiró a los pies descalzos y blancos como la nieve, unas monedas de plata… la xana lloró tanto que sus lágrimas secaron la tierra y el manzano…
-Pobre Xana Güelin… dijo con lágrimas en los ojos el pequeño Marcelino.. en ese momento un pequeño Herrerillo de vuelo errático pasó sobre sus cabezas. – Probetín – dijo el abuelo – está en su primer vuelo… el pajarillo no pudiendo dominar sus alas aterrizó en pleno Prado Muerto. Marcelino dio un grito al verlo allí, el pajarillo caminó sobre sus pequeñas patas unos paso y tambaleándose calló muerto… Marcelino se escondió en el pecho del abuelo y lloró amargamente. Don Celestino le acariciaba la cabeza y le tarareaba una nana que muchos años tras su madre le cantaba. Luego apartó al pequeño y le dijo- ¿sabes que nos enseñó aquella xana? Que lo único importante que puedes dar es amor, tal vez desde entonces ella espera eso- Marcelino no comprendió lo que su abuelo quería decirle, pero lo vio dar un paso hacia el Prado Muerto y gritó. A su grito la madre se acercó a ver qué pasaba y con horror vio a don Celestino caminar por Prado Muerto. -¿¡Donde va Padre!? Gritó desesperada, los vecinos que se extrañaron del grito de María vieron con el mismo espanto e incredulidad aquella escena. -Güelu, güelu! Gritaba llorando Marcelino. El abuelo tomó suavemente al pajarillo en sus manos lo besó y con sus dedos largos y arrugados comenzó a cavar un pequeño hueco al pie del manzano. Colocó al pajarillo azul y lo cubrió con cuidado.
Volvió caminando con una sonrisa hacia su familia que lo miraba aterrorizada, los abrazó y le dijo al pequeño. Ya le dimos a la xana amor, el que no tuvo por mil años.
El abuelo entró en la casa y María repetía alucinando – No ha muerto, el abuelo, no ha muerto… En la noche y a la luz de las brasas se comieron las patatas y les fabes en silencio. Todos se fueron a dormir sin hablar de aquello.
A la mañana siguiente Don celestino apareció muerto en su cama. Los vecinos se persignaban al verlo y decían que como después de tantos años, se había atrevido a jugar con la maldición de la xana. Sin embargo, en su cama y flanqueado por dos velas, Marcelino veía la cara sonriente del Güelu y pensaba que solo dormía y soñaba algo hermoso.
En septiembre el manzano del Prado muerto no dio ni siquiera una manzana, los pastores y la gente de todas aldeas vecinas decían que el pobre home había enloquecido al entrar allí. En noviembre leyó por última vez noticias de la guerra María y para diciembre le dijo a Marcelino – Esta Navidad serás el home de la casa fíu… ya solo somos tú y yo…
La Nochebuena aquella era muy fría, la nieve llenaba las cumbres y a la medianoche un sonido despertó a Marcelino… algo, tal vez una pequeña rama había golpeado su ventana, se levantó y miro hacia afuera. Como si estuviera iluminado por un millón de candelabros , el manzano brillaba con luz propia, pero era diferente, de sus ramas llenas de hojas verde esmeralda se balanceaban miles de manzanas de un rojo deslumbrante. Al pie del árbol una figura delgada y de rubios cabellos con una maravillosa sonrisa le llamaba invitándole a salir. Sin temor, el pequeño salió corriendo, sobre el hombro de la mujer el pajarillo azul cantaba y movía sus alas alegremente. Marcelino se acerco fascinado, la mujer cogió una manzana y se la dio al niño – de tu abuelo con su amor, feliz Navidad. Marcelino la probó y quedó extasiado ante su dulzura. Salió corriendo hacia la casa y cogió una cesta, cargó en ella cuantas manzanas pudo y entró a la casa corriendo y dando voces – Madre el güelu nos trajo regalos de Navidad, madre, madre! María se despertó y corrió hacia su hijo – ¿Qué dices? – miré madre! María como en un sueño vio la cesta llena de manzanas y tapándose la boca dijo – Dios, esto que ye? Pruébela madre. – Pero ¿cómo, de donde salieron a finales de diciembre? – Pruébelas, madre, pruébelas! María con incredulidad y temor cogió una, sintió su aroma y la mordió. Cerró sus ojos de placer ante semejante delicia, sonrió y luego mirando al niño le dijo. Pero fíu, de dónde trajiste estas manzanas? -De allí dijo, Marcelino señalando la ventana. María miro a través de los cristales y tembló entera al ver aquello. No podía soñarse un árbol más perfecto y aquella luz que emanaba llenaba todo de paz y de alegría. – El güelin me lo dijo madre, solo quería amor el Prau… María tomó su hijo en sus brazos lo beso y lo llevó de la mano hasta el borde del prado muerto, ahora lleno de hierba verde, entró en él y dijo -Gracias abuelo, Dios lo bendiga y lo tenga en su gloria.
A la mañana siguiente se contaba en cada pueblo de Asturias el Milagro del Prado muerto. Contaban que ahora al coger una manzana, nacían dos y que la dulzura de aquellas no tenían comparación con ninguna… Marcelino marchó años después de Asturias , se llevó con él unas semillas de aquel manzano y fue sembrándolas en cada lugar que visitó alrededor del mundo. -No son semillas decía, – son amor…