Hace un par de semanas hablamos del mítico Amargosa Hotel, que inmortalizó David Lynch en su también mítica película Carretera perdida (1997). El Amargosa fue fundado a principios de los años veinte por una compañía minera que estuvo explotando los yacimientos de la zona durante toda la década. El hotel era parte de un complejo que incluía también dormitorios para los trabajadores de la compañía, oficinas y un comedor, entre otras instalaciones. Durante esos años el pueblo floreció, creció el número de habitantes y se abrió incluso una oficina de correos. Tras el cierre de la mina en los años treinta, el pueblo se hundió en una somnolienta decadencia hasta que, en 1967, una bailarina que estaba de paso por la zona, Marta Becket, se quedó enamorada del lugar y alquiló el Corkhill Hall, el espacio que los trabajadores de la mina habían utilizado como salón de baile y sala de fiestas. Lo transformó en un teatro, el Amargosa Opera House —una empresa verdaderamente quijotesca, la de llevar la alta cultura, el ballet, al medio del desierto—. En 1974 Becket estableció la organización sin fines de lucro Amargosa Opera House, Inc. para continuar con la preservación de la propiedad. A través del Trust for Public Land, la organización sin fines de lucro compró la ciudad de Death Valley Junction, que se incluyó en el Registro Nacional de Lugares Históricos en 1981.
El Hotel Amargosa está abierto todo el año para visitantes de todo el mundo. Más allá de estas áreas mantenidas, el pueblo de Death Valley Junction es casi un pueblo fantasma. No hay gasolineras. El único restaurante, el Café Amargosa, formaba parte de la Casa de la Ópera y el Hotel, y ha reabierto recientemente con un cocinero australiano-estadounidense que prepara comidas, pasteles y cafés de fusión australiano-estadounidense muy exclusivos. El interior del café es como una cápsula del tiempo, como la mayoría del Hotel Amargosa, con un viejo mostrador y sillas circulares.
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