Autor: Ángel Fernández García
Segundo finalista del I Concurso de Cuentos Navideños “Ramiro Boto”
El ruido de la persiana al ser levantada de golpe me sobresaltó más de lo esperado, sobre todo porque mi cuerpo ya se había hecho al ritmo de las vacaciones y no lo esperaba. No es que fuera temprano, pero ya me había acostumbrado a la inercia de los despertares no forzados.
Sin tiempo para asimilarlo nuestra madre empezó a dar órdenes y repartir tareas: hay que subir al desván a por la vajilla, hay que sacar los muebles de jardín para el vermú, hay que recoger los entremeses y hacer las últimas compras…
En definitiva, había que prepararlo todo para una gran fiesta. La despedida de un año difícil como ninguno y la bienvenida a otro que traía una recelosa esperanza. En aquellas circunstancias la organización había requerido de interminables conversaciones de Whatsapp salpicadas de memes y gifs y de videollamadas en las que frecuentemente se había acabado olvidando el propósito de la reunión.
No todo el mundo lo veía claro. No faltaba gente a la que aquello le parecía una tontería y que habría preferido dejar pasar aquel día como otro más. Sin embargo, con el paso del tiempo fuimos convenciéndonos de que aquello era lo adecuado. Nos lo merecíamos. Habían sido meses en los que solo nos habíamos visto virtualmente, los que podíamos, meses en los que los pequeñajos habían pegado el estirón, meses que cada cual había sobrellevado como había podido.
A la hora de comer empezaron a llegar los primeros invitados. A media tarde una pequeña flota de coches ya se agolpaba en uno de los extremos de la finca. Los que iban llegando me han dicho después que nada más bajar del coche se palpaba en el ambiente que aquel iba a ser un gran día. También una gran noche, no hace falta decirlo. Las botellas de sidra vacías comenzaban a formar en el suelo como soldados que vuelven a casa después de haber cumplido su misión. El champán esperaba enfriándose. El altavoz instalado en el jardín iba desgranando uno tras otro los éxitos cutres e inevitables de cualquier fiesta que merezca ese nombre. Las conversaciones se mezclaban y se hacían ininteligibles a medida que el volumen iba subiendo.
La noche fue lo que debía ser. No faltó de nada. Se comió, se bebió, se cantó, se bailó. Hubo quien lloró, pero sobre todo se rió. Hubo besos y abrazos. Llevaban mucho tiempo guardándose y era el momento de derrocharlos.
La suerte quiso que el tiempo acompañara. El segundo fin de semana de la primavera trajo una noche cálida y sin viento, casi impropia de Asturias en esa época del año. Parecía que incluso los elementos se habían aliado con nosotros en aquella celebración.
Era mayo de 2021. Estábamos todos juntos y sanos. La mayoría estábamos vacunados. La pandemia empezaba a estar controlada y el mundo empezaba a girar otra vez en la dirección correcta.