Autor: Daniel Iglesias Fernández (1986)
Ganador del I Concurso de Cuentos de Halloween
Lucía abrió los ojos sobresaltada. Algo ocurría ahí fuera. O al menos, eso le pareció percibir. Se concentró por un instante y entre el silencio pudo distinguir unas tímidas pisadas. ¿Quién podía ser a esas horas de la noche? Le resultó tan extraño que, aún con el cuerpo entumecido, se levantó y decidió salir para echar un vistazo.
El característico frío de un noviembre que ya estaba picando a la puerta esa misma noche, no le impidió lanzarse a la aventura ataviada tan solo con un viejo camisón. Pudo sentir cómo la humedad del rocío refrescaba sus pies descalzos, mientras una ligera brisa le acariciaba el cuello. Avanzó unos cuantos pasos acompañada del ulule de una lechuza, hasta que a lo lejos y entre sombras, reconoció una pequeña silueta.
Daba la sensación de que estuviera petrificada justo al lado de la carretera. Al pasar un coche, la iluminación de los focos dejó entrever un vestido blanco, al mismo tiempo que una ráfaga de aire agitaba levemente una larga cabellera azabache. Lucía compartió con el aire un resignado suspiro, antes de retomar el paso con el rumbo fijado hacia aquella figura.
Se detuvo justo a su lado y colocó la mano sobre uno de sus diminutos hombros.
– No deberías estar aquí, Martina.
Lucía no recibió respuesta. La mirada de Martina estaba concentrada en el horizonte de la carretera, como si esperase la llegada de alguien.
– Hoy es el día, mamá. Presiento que está a punto de llegar, al fin.
Sus palabras estremecieron a Lucía, que se puso de rodillas justo delante de Martina. Acarició su pálida frente para apartarle un solitario mechón de la cara, y esbozando una leve sonrisa de compasión, decidió ser franco con ella:
– Cariño, ya sabes que papá sobrevivió al accidente. Anda, sé buena chica y vuelve a tu tumba.