Aunque sea el jefe de la clase obrera, satisfacer a Bruce Springsteen antes de un concierto era bastante complicado. No por él, que es un tío sencillo, sino sobre todo porque la E-Street Band son ciento y la madre, y el líder se preocupa por tener a gusto a todos los miembros. El difunto Clarence Clemmons pedía una lata pequeña de caviar de beluga —pequeñita, para no hacer gasto— y un pollo asado entero preparado para ser engullido en su camerino a mitad de cada concierto. Por su parte, Patti Scialfa, señora del Boss, necesitaba que en su camerino estuviesen los últimos ejemplares de Vogue, Cosmo, Glamour… Es como la sala de espera del rock and roll. Para tener contento a Bruce solo hacía falta un guardia de seguridad exclusivamente para las guitarras —no vaya a ser que alguien tuviera la osadía de tocar la Fender del Boss— y unos tentempiés indispensables para aguantar más de tres horas de concierto: leche de soja, té verde y todas las bebidas energéticas y proteicas que se puedan imaginar. Para el final queda lo más importante, lo que nunca puede faltar en el camerino del Boss: unas fuentes de fingers de pollo para que los niños no le den la vara. La gran familia del rock.
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