Autor: Matías Blanco Cosamalón (2010)
Primer finalista del I Concurso de Cuentos de Halloween
Aquella noche había salido a recoger caramelos con mis amigos por las casas del barrio, desde una pequeña que está pegada a la mía, hasta una muy grande con aspecto de abandonada al final de la calle. Llevábamos una enorme bolsa vieja para recoger los caramelos, que, al llegar a nuestra casa, nos comeríamos a montones.
A la mañana siguiente fue cuando me enteré de la tragedia…Me habían envenenado. Es frecuente para los mortales pensar que enterarse de que te hayan envenenado no es posible, a no ser que seas un fantasma.
Mis padres me llamaban desde el piso de abajo para que fuera a desayunar, y yo, obedecí y bajé, solo que esta vez, dejando mi cuerpo en la habitación. Me llamaban todo el rato, porque a pesar de estar enfrente de ellos, no me veían.
Todo el día estuve llorando, pensando que no tenía solución. Estaba super estresado, era como seguir vivo, pero sin interaccionar con nada ni nadie, era ser ajeno a todo. Ni siquiera esta vez tenía a mis padres para ayudarme. No me percibían, solo a mi cuerpo, tirado en el suelo e inerte. No dejaban de llorar, y a la vez causarme más nerviosismo. Había sido asesinado, eso es verdad, pero no como imaginaban.
En el fondo seguía vivo, y decidí arreglarlo; estaba seguro de que había sido uno de los caramelos.
Salí a la calle por primera vez en todo el día, cuando era ya de noche, llevándome mi cuerpo haciéndolo levitar. Era mi calle, pero esta vez llena de espectros y monstruos. Supuse que a partir de ese momento podía verlos, pero lo malo es que ellos a mí también. Mi calle era de repente un campo de batalla de vida o muerte, donde sobrevivir era la única opción. Tenía tanto miedo que no me atrevía a moverme. Me había fijado en que cuando uno se come a otro, la apariencia del superviviente se mezcla con la de la víctima.
Cuando por fin tuve el valor de moverme, salí corriendo más rápido que nunca a lo largo de la calle para evitar ser devorado, y a la vez, intentaba pasar inadvertido, para que nadie me fijara como su nuevo objetivo.
Recorría las casas del vecindario pensando quién podría ser el causante de mi muerte, hasta que llegué a la conclusión de que al único vecino que no conocía, y que tenía la mayor posibilidad de ser el culpable, era el viejo de la casa abandonada. Pero estaba al otro lado de la calle, así que tenía que atravesarla si quería lograr mi misión.
Evitaba a los fantasmas más diabólicos y poderosos, pero mi instinto fantasmal empezaba a vencer poco a poco a mi mente humana, así que tuve el impulso espontáneo de atrapar y devorar a un pequeño fantasmita que revoloteaba por ahí, y así pasó algunas veces más mientras recorría la calle, hasta que me sentí lleno de poder, aunque no era lo que quería en absoluto, sólo quería volver a vivir en el sentido normal. Descubrí que eso de comer a otros fantasmas podía volverse adictivo, si eres uno de ellos.
Cuando por fin llegué a la casa, destrocé la puerta para dejar pasar a mi cuerpo físico. La casa tenía el mismo aspecto de abandonada por fuera que por dentro. La recorrí durante varias horas, y realmente parece mucho más grande desde dentro que lo que ya parece desde fuera. Me fijé en un montón de detalles espeluznantes, como un cuchillo de carnicería clavado en la pared, atravesando un sangriento brazo humano. Incluso siendo fantasma, tenía miedo.
– Has tardado en llegar… ¿Te has llevado un susto muy grande, eh? Esa voz escuché detrás de mí.
Me giré para ver al emisor de aquel mensaje; el viejo que nos dio los caramelos. Esta vez no tenía cara de viejecito indefenso, esta vez sonreía exageradamente, llegando los pliegues de la boca casi a las orejas.
Me fijé en que llevaba una navaja en la mano, y antes de que pudiera reaccionar, la clavó en mi cuerpo humano, con el que estaba cargando telepáticamente.
– ¡No! -grité.
Dejé caer el cuerpo al suelo, viendo la empuñadura de la navaja sobresaliendo por la espalda. Ya no tenía opción. Aunque consiguiera volver a mi cuerpo, sería imposible la vida en él.
Mi instinto de fantasma volvió a actuar y perseguí al viejo loco por los pasillos lanzando todo tipo de maldiciones contra él. La casa parecía un laberinto, recorrías pasillos todo el rato, y ni siquiera sabías si avanzabas o retrocedías. Ni siquiera todo el poder que había adquirido en la calle era suficiente para detenerlo.
¿Acaso no era un humano?
Pues no.
El viejo se detuvo al darse cuenta de que me había percatado.
– ¿Te sorprende que un anciano corra tanto o que sobreviva a tus fantasmagóricos ataques? -preguntó.
– Eso es porque no soy de tu subdesarrollada especie -continuó.
Yo me esperaba lo peor.
– Tu mundo vive ajeno al mío. ¡Pero compartimos el mismo territorio! ¿Por qué no acceder al poder que hay aquí antes que juguetear por ahí sin saber nada de esto?
– ¿Eres un fantasma? -pregunté.
– Mejor, soy de los seres más poderosos del lugar; soy el mejor brujo de los últimos trescientos años.
Acto seguido, alzó las manos en el aire, lo que, de alguna manera, causó que todas las puertas y ventanas se cerraran con un destello. Se trataba de un hechizo contra espectros; impide que cualquier fantasma entre o salga del edificio.
Entonces hice algo muy precipitado. Antes, había adquirido varios poderes, y uno de ellos era poseer a cualquier ser vivo, así que poseí al brujo, y manejando su cuerpo le hice sacar la navaja del mío, para después introducirla con energía sobre el suyo. Si no vivía yo, él tampoco. Salí de su cuerpo dejándolo caer como un títere.
¿Pensabais que acabaría viviendo?
Bueno, la vida (o muerte) pueden dar muchos giros…