El desértico paisaje de Nevada acoge dos lugares que forman parte inseparable del imaginario de EEUU y que, aún ahora, siguen manteniendo un aura de leyenda a su alrededor: por un lado, la ciudad del pecado por antonomasia, Las Vegas y, por otro, la restringida Área 51, misteriosa zona en la que se mezclan los secretos militares y los supuestos contactos con habitantes del espacio exterior.
Pese a que uno y otro lugar basan su existencia en fundamentos contrapuestos —la ostentación e hipervisibilidad de Las Vegas frente al secretismo y la ocultación del Área 51—, el sentimiento de extrañeza que producen en el visitante es muy similar: no hay nada más marciano que vislumbrar la brillante silueta de los megahoteles y casinos de Las Vegas alzándose en mitad del desierto, en una noche oscura y sin nada más alrededor. Y no hay nada más cercano a la pura ficción, más próximo a ese desarrollado sentido del espectáculo que tiene el pueblo americano, que la creación de un área de centenares de kilómetros cuadrados a la que no se puede acceder, rodeada por una carretera llamada Extraterrestrial Highway —Autopista Extraterrestre—.
Tuvo que aparecer un cineasta como Tim Burton, tan interesado en todas las facetas de lo insólito, para que se relacionasen al fin ambos universos en Mars Attacks! (1996), un muy gamberro homenaje a la ciencia ficción de serie B en el que unos extraterrestres aterrizan en el Área 51 y protagonizan una orgía destructiva que tiene a Las Vegas, sus personajes característicos y sus iconos como principales víctimas.
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